ZUNÁI - Revista de poesia & debates

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ROBERTO ECHAVARREN

 


CONFESIÓN PIRAMIDAL

 

pirámides formando en un momento
Julián del Casal

 

Si la distribución de los azules en este vértigo
cónico, en vísperas de primavera
sobre la colcha, espera todo de la música
aunque colabora hacia el espejismo de finales
plenos de sentidos, es que la vida
trae sus manojos apretados, sus gavillas, el torneado
turbante desde el cual el sol se escapa girando
y no sabemos cuál es la relación entre "arte" y "vida"
salvo cuando el pelo de una gata en celo se eriza.
Si pudieras describir la vida como una colección de vestidos
o crímenes que saltan a la vista:
pienso en la foto de un indonesio atravesado en el cráneo
por una bala, pero esta imagen
que está a mi disposición, es una entre otras
y en el espejismo, en las imágenes que mi cuerpo absorbe, en las que
expele,
una ola de piojos que a la luz tibia de la ventana, aparecen en la piel
del mono,
se desmadeja una cabellera, fijada con coágulos de sangre contra
un cráneo,
pero los ojos no se corresponden con esa u otra imagen,
son los ojos de la muerte, o más bien del estar muriendo:
vértigo de la mujer que despierta en el techo de su automóvil
hecho un nudo de hierros retorcidos, ve a su hija yacer a su lado
y al querer tocarla advierte que nada hay donde un brazo había,
que no tiene brazos, que ellos han sido abolidos
como una hoja queda aprisionada entre las páginas de un libro;
donde había un mundo todavía hay un mundo.
"Nosotros casi te hemos querido. Faltó poco
para convencernos. Tal vez el problema no está en tí,
sino en una nueva manera de ver que se ha ido insinuando
últimamente.
O bien, y esto tal vez nos permita ser más exactos:
una manera de mirar que era la nuestra
pero que ya no consideramos útil, o interesante, o posible proseguir.
Tal vez los problemas de nuestra economía
truequen las realidades de no digamos una década,
sino de aquellos pocos meses anteriores a este brutal
comienzo de la primavera. El aire mismo,
es decir los altos repentinos en el clima
de esta ciudad, los pináculos de sonido,
la luz del sol en el agua de unos ojos verdes, a cierta hora de la tarde,
cambia a algo tan incongruente como el cardigan de la hora de cenar.
Y tu vida así, entre los crepúsculos
instantáneos y los inciertos períodos de ceguera,
transita calles que rápidamente han dejado de ser las mismas
y todos los trastos de una incipiente parafernalia
con sus particulares órbitas de interés, sus contrastes
o divergencias dentro del espíritu de una época,
cuando uno buscaba simplemente expandir o profundizar
los límites de la comprensión y las condiciones del diálogo,
se han vuelto ahora los mensajeros trasnochados de un cambio
en que los indicios no revierten a un sistema, sino implican de súbito
que los más inocentes sueños de imperio quedaron
sin el menor chal con que cubrirse la espalda,
es decir, sin la menor posibilidad de acuerdo,
de sumaciones que los designios próvidos del principio del día
nos hacen ver ahora como ruinas
antes de que se hayan completado siquiera los cimientos.
Pero la aventura es descrita en términos
tan encantadores, los cronistas siguen hablando
de una Florida de salutaciones;
no ya salones y salones, decorados y amueblados
según el gusto prolijo de los aposentos de invierno,
donde el alba, tan temprano ahora, llega para mostrar
el ligero desteñido o deterioro de los materiales más seguros,
el terciopelo, por ejemplo, enroscándose en las borlas torturadas
pero majestuosas de un cortinado, tras el cual
el Principe de Urbino está envuelto como una crisálida
frente al alba ya roja de desastres;
o las almendras y el mazapán machacados en esta torta nupcial,
o los caireles apelmazados con las columnas todavía verticales
pero partidas, y las diademas, y el índigo del mar
y el kohl de cejas y pestañas;
las camisas arrojadas a una navegación de cuerpo perdido;
el paisaje decapitado; el indistinto
botín que un emigrado arrastra e incorpora,
del cual caen fragmentos, joyas son robadas,
nuevos frisos aparecen como un mar esmeralda
o como el cono de un helado de menta.
Entre la colcha desgarrada salen los pies indemnes,
los pies de barro del coloso,
prestos a calzarse de nuevo a la empresa
del conquistador de turno, pies alados,
pies cansados; pies que son en efecto
el único despojo de la batalla."

 

 

CONFISSÃO PIRAMIDAL


pirâmides formando em um momento
Julián del Casal

 

Se a distribuição dos azuis nesta vertigem
cônica, em vésperas de primavera
sobre a colcha, espera tudo da música
ainda que colabore para o espelhismo de finais
plenos de sentidos, é que a vida
traz seus feixes apertados, suas gavelas, o torneado
turbante do qual o sol escapa girando
e não sabemos qual é a relação entre "arte" e "vida"
salvo quando o pêlo de uma gata no cio se eriça.
Se pudesses descrever a vida como uma coleção de vestidos
ou crimes que saltam à vista:
penso na foto de um indonésio com o crânio varado
por uma bala, porém esta imagem,
que está à minha disposição, é uma entre outras
e no espelhismo, nas imagens que meu corpo absorve, nas que
expele,
uma onda de piolhos que, à luz tíbia da janela, aparecem na pele
do macaco,
se desalinha uma cabeleira, colada com coágulos de sangue contra
um crânio,
mas os olhos não se correspondem com essa ou outra imagem,
são os olhos da morte, ou melhor, do estar morrendo:
vertigem da mulher que desperta no teto de seu automóvel
feito um nó de ferros retorcidos, vê sua filha jazer a seu lado
e ao querer tocá-la percebe que não há nada onde havia um braço,
que não tem braços, que foram abolidos
como uma folha fica aprisionada entre as páginas de um livro;
onde havia um mundo ainda há um mundo.
"Nós quase te quisemos. Faltou pouco
para nos convencer. Talvez o problema não esteja em ti,
mas em uma nova forma de ver que se foi insinuando
ultimamente.
Ou então, e isto talvez nos permita ser mais exatos:
uma maneira de olhar que era a nossa
mas que já não consideramos útil, ou interessante, ou possível prosseguir.
Talvez os problemas de nossa economia
mudem as realidades de - não vamos dizer uma década,
mas daqueles poucos meses anteriores a este brutal
começo da primavera. O próprio ar,
quer dizer, as elevações repentinas no clima
desta cidade, os pináculos de som,
a luz do sol na água de uns olhos verdes, a certa hora da tarde,
muda algo tão incongruente como o cardigã da hora de jantar.
E tua vida assim, entre os crepúsculos
instantâneos e os incertos períodos de cegueira,
atravessa ruas que rapidamente deixaram de ser as mesmas
e todos os trastes de uma incipiente parafernália
com suas órbitas particulares de interesse, seus contrastes
ou divergências dentro do espírito de uma época,
quando alguém buscava simplesmente expandir ou aprofundar
os limites da compreensão e as condições do diálogo,
tornaram-se agora os mensageiros tresnoitados de uma mudança
em que os indícios não revertem a um sistema, senão implicam de súbito
que os mais inocentes sonhos de império ficaram
sem o menor xale para cobrir os ombros,
quer dizer, sem a menor possibilidade de acordo,
de somatórios que os desígnios propícios do princípio do dia
nos fazem ver agora como ruínas
antes que tenham sido completados sequer os alicerces.
Porém, a aventura é descrita em termos
tão encantadores, os cronistas continuam falando
de uma Flórida de saudações;
não já salões e salões, decorados e mobiliados
segundo o gosto prolixo dos aposentos de inverno,
onde a aurora, tão prematura agora, chega para mostrar
o leve desbotado ou deterioração dos materiais mais firmes,
o veludo, por exemplo, enroscando-se nas borlas torturadas
porém majestosas de um cortinado, atrás do qual
o Príncipe de Urbino está envolto como uma crisálida
diante da aurora já vermelha de desastres;
ou as amêndoas e o marzipã moídos neste bolo nupcial,
ou os pingentes aplastados com as colunas ainda verticais
porém partidas, e os diademas, e o índigo do mar
e o rímel de sobrancelhas e cílios;
as camisas arrancadas numa navegação de corpo perdido;
a paisagem decapitada; o indistinto
butim que um emigrado arrasta e incorpora,
de que caem fragmentos, jóias são roubadas,
novos frisos aparecem como um mar esmeralda
ou o cone de um sorvete de menta.
Pela colcha rasgada saem os pés indenes,
os pés de barro do colosso,
prestes a calçar-se de novo para a empresa
do conquistador da vez, pés alados,
pés cansados; pés que são com efeito
o único despojo da batalha."

Tradução: Luiz Roberto Guedes e Claudio Daniel

*

 

EL NAPOLEÓN DE INGRES

La alfombra o el caminero, sobre un fondo central amarillo,
muestra una águila marrón, que cubre con las alas
abiertas el escalón tridimensional donde el Emperador
asienta su figura que de otro modo y de punta em blanco
provendría del Elíseo.
Los bordes del caminero son rojos
y sobre fondo negro ilustran las figuras del zodíaco:
bordes de Cangrejo y Pez a la derecha, Virgen, Balanza
y media cola de Escorpión a la izquierda.
El cojín de seda se cubre de oro con motivos escamosos,
alados, y con haces de flechas.
El color de la seda, su textura
son casi metálicos: un zepelín por el cielo
azul de Prusia, un dragón chino
volante en su trueno de metales;
las borlas del cojín descienden pensativas
sobre un esplendor casi licuado,
el calor expectante de la alfombra amarilla y roja.
El pie del Emperador, envuelto en oro
y seda blanca, parece posarse apenas
como el metálico pie de un Mercúrio
sobre el metálico cohete de la seda.
Lo demás es estrepitoso y huracanado
vuelo del armiño de magnífica capa con lises de oro:
borlas y sementeras de borlas en un din don
de perfecto movimiento y perpetuo triunfo.
Las dos bolas de marfil sobre las columnas imperiales,
los brazos del trono de oro, las dos caras de la calva luna,
ruedan por el universo para proclamar la gloria del sol:
el centro, el rostro, una y mil veces circundado de halos:
encaje del cuello, pesada corona de dorado laurel,
más el redondo borde del armiño,
más el collar, más el respaldo circular del trono,
pesada, espesa víbora de hojas,
boa celeste sobre los hombros.
Empuña dos cetros: uno remata en una mano blanca
que abre tres dedos al cielo: el otro, el cetro de los cetros,
repite en otra dimensión al rey sentado en su pináculo,
un rey pequeñito, atributo del rey presente,
tolerado apenas como el supremo signo de poder,
y el rostro del hombre, el rostro del Emperador,
pegado en el centro de los círculos como una estampita
arrancada de un anuario de colegio: el niño en su orden;
suma asoma la cabeza, y lo cree muy bien;
la mandíbula empedernida en el lustre de las joyas,
y los ojos, a medias enfrentados consigo mismos;
pero si el despliegue justifica la mirada,
la mirada no justificará jamás el despliegue.
La mirada lo cree a medias sin embargo:
el niño Emperador, que no ha perdido
nada de sí mismo y ha conquistado el mundo.
El cabo del cetro toca apenas
con su última esfera de oro la alfombra,
el águila marrón desplegada allí a su servicio.
El plumaje del águila ofrece una espalda cálida
para que él la rasque con la varita.

 

O NAPOLEÃO DE INGRES

A alfombra ou a passadeira, sobre um fundo central amarelo,
mostra uma águia marrom, que cobre com as asas
abertas o degrau tridimensional onde o Imperador
assenta sua figura que de outro modo e de ponta em branco
proviria do Elíseo.
As bordas da passadeira são vermelhas
e sobre fundo negro ilustram as figuras do zodíaco:
bordas de Câncer e Peixes à direita, Virgem, Libra
e meia cauda de Escorpião à esquerda.
O coxim de seda se cobre de ouro com motivos escamosos,
alados, e com feixes de flechas.
A cor da seda, sua textura
são quase metálicos: um zepelin pelo céu
azul-da-prússia, um dragão chinês
voando em seu troar de metais;
as borlas do coxim descem pensativas
sobre um esplendor quase liquefeito,
o calor expectante da alfombra amarela e vermelha.
O pé do Imperador, envolto em ouro
e seda branca, parece pousar apenas
como o metálico pé de um Mercúrio
sobre o metálico projétil da seda.
O demais é estrepitoso e tumultuado
vôo do arminho de magnífica capa com lises de ouro:
borlas e sementeiras de borlas num dim dom
de perfeito movimento e perpétuo triunfo.
As duas bolas de marfim sobre as colunas imperiais,
os braços do trono de ouro, as duas faces da calva lua,
rodam pelo universo para proclamar a glória do sol:
o centro, o rosto, uma e mil vezes circundado de halos:
renda do pescoço, pesada coroa de dourado laurel,
mais a redonda borda do arminho,
mais o colar, mais o respaldo circular do trono,
pesada, espessa víbora de folhas,
jibóia celeste sobre os ombros.
Empunha dois cetros: um termina em uma mão branca
que abre três dedos ao céu: o outro, o cetro dos cetros,
repete em outra dimensão o rei sentado em seu pináculo,
um rei pequenino, atributo do rei presente,
tolerado apenas como o supremo signo de poder,
e o rosto do homem, o rosto do Imperador,
colado no centro dos círculos como uma estampinha
arrancada de um anuário de colégio: o menino em sua ordem;
soma assoma a cabeça, e o crê muito bem;
a mandíbula empedernida no brilho das jóias,
e os olhos, em contenda consigo mesmos;
porém, se o desfraldar justifica o olhar,
o olhar não justificará jamais o desfraldar.
O olhar só crê em parte, sem embargo:
o menino Imperador, que não perdeu
nada de si mesmo e conquistou o mundo.
O cabo do cetro toca apenas
com sua última esfera de ouro a alfombra,
a águia marrom desfraldada ali a seu serviço.
A plumagem da águia oferece uma espádua cálida
para que ele a lacere com a varinha.


Tradução: Claudio Daniel

*

 

AMOR DE MADRE

Roca, eco, arena seca;
corre del barranco
agua candente: cada grano
de mica al sol, papila, broto, piedra,
lengua reseca, recoge polvo
del talud que baja. Llaga removida
sube a la nube, vapor hoy,
chubasco, quién sabe. Lamo salpicaduras.
A pleno sol un soldado cruza la calle;
tuvo más paciencia que yo:
arrastraba el uniforme (paso a paso).
El sol nació em mi corazón (por un momento).
Relegado por la madre a una vida subalterna,
nació lejos de su corazón reservado a otro.
El caso (no obstante) vuelve disponible
una fresca aventura: árboles sobre piedras
al costado del camino dan sombra;
agua murmura en la bomba.

 

AMOR DE MÃE

Rocha, eco, areia seca;
escorre pelo barranco
a água candente: cada lasca
de mica ao sol, papila, broto, pedra,
língua ressecada, recolhe pó
do talude que baixa. Chaga removida
sobe até a nuvem, vapor hoje,
aguaceiro, quem sabe. Lambo salpicaduras.
Em pleno sol um soldado cruza a rua;
teve mais paciência do que eu:
arrastava o uniforme (passo a passo).
O sol nasceu em meu coração (por um momento).
Relegado pela mãe a uma vida subalterna,
nasceu longe de seu coração reservado a outro.
O caso (não obstante) volta disponível
uma fresca aventura: árvores sobre pedras
nas costas do caminho dão sombra;
água murmura na bomba.


*


Tradução: Claudio Daniel

*

Roberto Echavarren é poeta, ensaísta e crítico literário, nasceu em 1944 em Montevidéu (Uruguai). Publicou os livros de poesia La Planicie Mojada (1981), Animalaccio (1986), Aura Amara (1989), Poemas Largos (1990), Universal Ilógico (1994), Oír no Es Ver (1994) e Performance (2000), uma antologia crítica de seus poemas e demais escritos, organizada por Adrián Cangi. O autor também publicou a novela Avec Roc (1994), livros de ensaios e de tradução. Junto com José Kozer e Jacobo Sefamí, organizou a antologia Medusário, de poesia neobarroca na América Latina.

Leia também a entrevista com Roberto Echavarren e ensaio sobre o autor.

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