ZUNÁI - Revista de poesia & debates

[ retornar - outros textos - home ]

 

 

REYNALDO JIMÉNEZ

 

TRĘS POEMAS


Cultivo

                                               a Aníbal Cristobo

Ahora es la palabra santa que de mí mismo lava.
Ahora encarna palabra hasta sacarse del hambre.

Pasan luciérnagas en rías, mosquitos, mariposas,
falenas en realidad que han hecho nido en la casa,
en la causa, en la pausa alrededor
del ceño eléctrico sueño encendido, tropismo
sin especie ilusionista, cuarzo del ojo.

Ahora es la espera que se cuece a sí,
cultivo en la espesura córnea del bosque incendiado:
las lámparas arrasan toda selva
en busca del para siempre perdido paraíso.

Ahora está en la célula, en la sonaja, en el sudario.

Ahora espera las alas tendidas, pinzas deshechas
por la sal, a lo largo de la orilla, espinas del agua.

El krill de Kali respira la otra cara, que carece aun
de carencia y de cara, ausencia y logos, de cara
al fondo del muro adulto, dentro fugaz del proyector.

Ahora ausencia musa roza al parpadear
a quien de espaldas a la luna reza, y a quien besa
a su otra en ultratierra:
irisa pluma el porvenir de una estocada.

Ahora de ser siempre
manantial de cauce inseguro.

Ahora cada portador del hambre trae su letra
que rueda, entre los anillos y esas otras
baratijas, flojas, el suelo que afirmara
primeras personas por lo grave, acento.

Ahora en acto es inactual por experiencia.
Ahora experimenta con nosotros y ustedes.

Ahora cambió.
Salta
en la porción, porciúncula del santo
al que tímidos feroces cantan cuando callan.

El mantra de las temporalidades,
sílice que filtra sombras al reojo,
persuade un viento detenido, un alto
espejo adonde un ciervo huele,
mira el humo
ahuesado si tirita el panel de su destello.

Ahora empieza a lo largo.

Creer poseer un lapso, pero este paso surte
un efecto, sensación ábrete sésamo,
pasos suspensivos en el pasto,
margen a las ondas digitales, en la arena
que hierve de larvas de preguntares.

Ahora el aire está vivo, hecho del presentir,
resplandores innacidos y estallidos.

Salpican ecos la pared
lábil diosa de infancia.

Ahora sale del baño, el pelo
líquido arrastra los breves
remolinos, sin más
sonido, sin más
templo.

Ahora en la orilla de enfrente,
instante de enfrente, el segundo
de repente afuera.
Ahora es de tan cierto lejos.

Casi comprendo, casi pruebo
ese sabor sin dominio, sin
radicar ciertamente en sembradíos.

Pero no hay tiempos, muros, frases.

 

Cultivo

                                                        a Aníbal Cristobo

Agora é a palavra santa que de mim mesmo se purifica.
Agora encarna palavra até retirar-se da fome.

Passam vaga-lumes em estuários, mosquitos, borboletas,
falenas que na verdade têm feito ninho na casa,
na causa, na pausa ao redor
do cenho elétrico sonho aceso, tropismo
sem espécie ilusionista, quarzo do olho.

Agora és a espera que cozinha a si própria,
cultivo na espessura córnea do bosque incendiado:
as lâmpadas arrasam toda selva
em busca do para sempre perdido paraíso.

Agora está na célula, na soalha, no sudário.

Agora espera as asas estendidas, pinças desfeitas
pelo sal, ao longo da margem, espinhos da água.

O krill de Kali respira a outra cara, que carece ainda
de carência e de cara, ausência e logos, de cara
ao fundo do muro adulto, dentro fugaz do projetor.

Agora ausência musa roça ao piscar os olhos
a quem de costas para a lua reza, e a quem beija
a sua outra em ultraterra:
irisa pluma o futuro de uma estocada.

Agora de ser sempre
manancial de leito inseguro.

Agora cada portador da fome traz sua letra
que roda, entre os anéis e essas outras
ninharias, frouxas, o chão que afirmara
primeiras pessoas pelo grave, acento.

Agora no ato é inatual por experiência.
Agora experimenta conosco e com vocês.

Agora mudou.
Salta
na porção, porciúncula do santo
ao que tímidos ferozes cantam quando calam.

O mantra das temporalidades,
sílex que filtra sombras de través,
persuade um vento retido, um alto
espelho onde um cervo foge,
olha o fumo
ósseo, treme o biombo de seu cintilar.

Agora começa ao longo.

Crer possuir um lapso, mas este passo surte
um efeito, sensação ábre-te sésamo,
passos suspensivos no pasto,
margem às ondas digitais, na areia
que ferve de larvas de perguntares.

Agora o ar está vivo, feito do pressentir,
resplendores não-nascidos e estalidos.

Salpicam ecos a parede
lábil deusa da infância.

Agora sai do banho, o cabelo
líquido arrasta os breves
remoinhos, sem mais
som, sem mais
templo.

Agora na margem do defronte,
instante de defronte, o segundo
de repente afora.


Agora é de tão certo longe.

Quase compreendo, quase provo
esse sabor sem domínio, sem
radicar certamente em semeadeuses.

Porém não há tempos, muros, frases.


Caudal

         a Douglas Diegues

Arde una gota de ámbar
en la herida del árbol
que naciendo sigue.

El suspenso altera el aleteo
de las horas reunidas a su peso:
hasta la pulpa, espera es
del corazón el fruto.

Y en el modo de abrirse
o nadar la duda, velo.
Febrífugo velo.

Inflorescencia cimosa o del racimo
(corimbo, espiga, umbela, capítulo:
maneras de alzar vuelo, premisas
que la prisa perdió en son de cima).

Tanto ocupan espacio los infiernos.

Habitan la hoguera silencios
de madera nudosa y ya sin núcleo.

Cromosoma en espartano esplendor
de su celda de monje cuyo libro
abierto ya no aparta, ya no trata
de aplacar a los ancestros
ni se harta en duplicar espanto.

La luz es insaciable anciana.
Rapta lo propio y lo reparte.

Y en los abiertos miedos viene el polen.
Navega a medias nada vientre la duración.


Tanto trato en atrapar consistencias,
pero nunca el pulso,
nunca el relámpago que se desea.

De semejanzas arrancado,
de hambres fronterizas.
No ha lugar
para más mundo en esa llama.

Anillos
de la tortuga hacia adentro.
La edad del árbol. La edad
del rocío.

Su costra petrificada oscila en costas
de un corte influido por ensueño,
pero infiltra su insistencia de roce,
un origen a destiempo penetra.

El néctar asumido
sume a un balanceo de ínsula visual,
humus del pasaje aun sin muerte.

Y según se hunda estar,
la Hélade de pétalos,
toda deseo de ser piel.

Hace bien esta luz
frágil, de campo.
Declara que nunca he visto la flor de caña.
Y que no hay hambre que se aleje.

Estambres suyos perfilan lo invisible
y en la boca toda del cuerpo, Medusa
desflora a su adolescente en flor
y la floresta del sonido.

Comunican las plantas una aurora.
Luego el rocío de Santa Rosa.
Un caracol se pegó al vidrio.
La diosa besa vestigios.



Caudal

           a Douglas Diegues

Arde uma gota de âmbar
na ferida da árvore
que nascendo segue.

O suspenso altera o aleteo
das horas reunidas a seu peso:
até a polpa, espera é
do coração o fruto.

E no modo de abrir-se
ou nadar a dúvida, véu.
Febrífugo véu.

Inflorescência cimosa ou do racimo
(corimbo, espiga, umbela, capítulo:
maneiras de alçar vôo, premissas
que a pressa perdeu em som acima).

Tanto espaço ocupam os infernos.

Habitam a fogueira silêncios
de madeira nodosa e já sem núcleo.

Cromossoma em espartano esplendor
de sua cela de monge cujo livro
aberto já não aparta, já não trata
de aplacar os ancestrais
nem se farta de duplicar espanto.

A luz é insaciável anciã.
Rapta o próprio e o reparte.

E nos abertos medos vem o pólen.
Navega em meio ao nada ventre a duração.

Tanto trato em apanhar consistências,
mas nunca o pulso,
nunca o relâmpago que se deseja.

De semelhanças arrancado,
de fomes fronteririças.
Não há lugar
para mais mundo na chama.

Anéis
da tartaruga para dentro.
A idade da árvore. A idade
do rocio.

Sua crosta petrificada oscila em costas
de um corte influido por um sonho,
mas infiltra sua insistência de roçar,
uma origem a destempo penetra.

O néctar assumido
soma-se a um balanço de ínsula visual,
húmus da passagem ainda sem morte.

E segundo se afunda estar,
a Hélade de pétalas,
toda desejo de ser pele.

Faz bem esta luz
frágil, de campo.
Declara que nunca viu a flor de cana.
E que não há fome que se afaste.

Estames seus perfilam o invisível
e na boca toda do corpo, Medusa
deflora a seu adolescente em flor
e a floresta do som.

Comunicam as plantas uma aurora.
Depois o rocio de Santa Rosa.
Um caracol grudou no vidro.
A deusa beija vestígios.



Ara

                    a Víctor Sosa

Cada hoja guarda el brillo
de su prodigio.

Cada hoja demora la hora
incólume como una colonia
de sacramentos.

Cada ligar de luces, ilusiona
con la emulsión presocrática
o la rosaura del día.

Cada día que pasa es una cosa.
Cada cosa que hago es una sola.
Cada sólido que cae está desnudo.
Cada cara que salta es una risa.

Pero no quiero entrar a repetir
me antes de haber abierto ape
nas esta boca de roca de coraz
onada.

Entonces paro el caleidoscopio.
Noto los vidriecitos amados
por ese espejo del que proviene
el fuego ilusionista de ser algo.

La morada de la diosa está viva.
Ella es esa mano
de alivio más su estrella.

Cada diosa una hoja, volátil
su incidencia de instante.


Cada cosa está en las hojas:
furtivo coincidir, alguna mañana,
con penas y risas y destiempos.

Apenas salpica esta luz.
Apenas el vaivén de su vibrar
el libro sin destino a ser librado
y que una mano oscura escribe
mientras la otra a su lado calla.

Calan las hojas no escritas
como centros de estrella libados
por la mirada, aunque soslaye
o delire, nunca sola.

Cada hoja pule el filo
de su esplendor.

Y cada deshojar en sí se da en sí.

Se vuelve a la grandiosa
hoja, desnuda
del ojo que duda, objeta.

Pájaro, el nombre se pierde
en un portal de iridiscencias:
cada fuerza trae fraseo.

Cada hija del espacio espera
a la escucha del aliento.

Cada lámpara
lejos, por el viento
inquieta.

Cada instante es una hoja.
Cada floja materia está encendida.

Estar y no estar la misma cosa:
una rosa espera,
una espira el oído y un habitar
encendido de ave en el ojo.

Las hambres desmadran:
hambre de oír, de ser oído,
estar perdido entre las hojas.

No confunden las que raspan
su pronta ausencia con la flora.

Ni preocupan ni me plantan
en un magma de preguntas
inconstante, ni a la distancia
de un solo paso su espesura.

Apenas miro allí donde no estoy.
Vellos, verdescencias.
A contraluz todas las hojas miran.

Cada mirada está perdida
si la cruzan las trazas de una hoja
en esa soledad de oleaje
adonde mundos pesan o persisten.

El origen verde
del mundo es el fin del mundo.
Arde lo que está cerca, porque habla.

Hoja en la frente del que sueña.
Hoja en la fuente que se preña
de una imagen respirada.

Roce de labios y de ocelos:
se besan esta hoja y el rocío.

Cada flor amazona da su ara.
Las flores abren los ojos.
Las hojas comen voces.

Hoja página, hoja vagina, hoja
mental. Hoja única, la misma,
elemental. Hoja del día, hoja
del trébol de cuatro puentes
cardinales. Hoja mordida por
la hora.

Hoja mojada en la luz.
Hoja quemada en vida.
Hoja, ventana.

En un tiempo amé a una hoja
que luego caería en ese charco:
cacería de otro centro.

Diosas adolescentes.
Dolores de parto de diosa.
Apariciones de cada día.

Hojosa infancia, matriz,
emperatriz del humus,
reino de las despedidas,
abolir del resplandor.

Y el río de nervaduras
"por una sola hora más".

Cada hoja busca su forma:
crecer y ser buscada.
Cada esperada es perfecta
a la mirada que espera.

Cuánto hacía falta -las hojas
que llegan de lejos para
permanecer- para permanecer.

De noche sin luna una hoja
con su luciérnaga quieta,
lisergia de ser en gira.

Escucha
la puerta sin muro.


Consigo unos brazos de Shiva,
los mástiles hechos sirenas.
En el segundo sigo porque la hoja
hiere.

Prefieren las hojas quedarse mirando.
Preguntan, esposas del árbol profundo.
¿Qué árbol, qué hojas? ¿qué
espesan, qué tocan?

Estoy desprendido de un nudo
tan parecido a ese búho del que aún
huyendo persigo por entre las hojas.

Se abre la primavera por vez primera.
Se vive a la vera del verdor que verá
a quien apenas lo vea.

Racimo, chorro de lumbre,
el aire encarna.

Hoja roja del liquidámbar, hoja
hueca de la monstera, hoja insomne
y sin espejo, hoja caída en la laja.

Ahora, diosa del hambre, pasa
intermitente y separa
el espacio para siempre volver.

Estela que una mirada deja,
faceta en las oceánicas hojas,
camino a casa, en otro lugar.

Rumor del pasto y las ramas.


Ara

                    a Víctor Sosa

Cada folha guarda o brilho
de seu prodígio.

Cada folha demora a hora
incólume como uma colônia
de sacramentos.

Cada ligar de luzes, ilude
com a emulsão pré-socrática
ou a rosaura do dia.

Cada dia que passa é uma coisa.
Cada coisa que faço é uma só.
Cada sólido que cai está nu.
Cada cara que salta é um riso.

Porém, não quero entrar a repetir
me antes de ter aberto ape
nas esta boca de rocha de coraç
onada.

Então paro o caleidoscópio.
Noto os estilhaços amados
por esse espelho do qual provém
o fogo ilusionista de ser algo.

A morada da deusa está viva.
Ela é essa mão
de alívio mais sua estrela.

Cada deusa uma folha, volátil
sua incidência de instante.

Cada coisa está nas folhas:
furtivo coincidir, alguma manhã,
com penas e risos e destempos.

Apenas salpica esta luz.
Apenas o vaivém de seu vibrar
o livro sem destino a ser liberado
e que uma mão escura escreve
enquanto a outra a seu lado cala.

Calam as folhas não escritas
como centros de estrela libados
pelo olhar, embora de soslaio
ou delire, nunca só.

Cada folha pole o fio
de seu esplendor.

E cada desfolhar em si se dá em si.

Retorna à grandiosa
folha, desnuda
do olho que duvida, objeta.

Pássaro, o nome se perde
em um portal de iridescências:
cada força traz o fraseado.

Cada filha do espaço espera
à escuta do alento.

Cada lâmpada
longe, pelo vento
inquieta.

Cada instante é uma folha.
Cada frouxa matéria está inflamada.

Estar e não estar a mesma coisa:
uma rosa espera,
uma espira o ouvido e um habitar
inflamado de ave no olho.

As fomes transbordam:
fome de ouvir, de ser ouvido,
estar perdido entre as folhas.

Não confundem as que raspam
sua pronta ausência com a flora.

Nem preocupam nem me plantam
em um magma de perguntas
inconstante, nem à distância
de um só passo sua espessura.

Apenas vejo ali onde não estou.
Pêlos, verdescências.
A contraluz todas as folhas olham.

Cada olhar está perdido
se a cruzam os traços de uma folha
nessa solidão de oleagem
onde mundos pesam ou persistem.

A origem verde
do mundo é o fim do mundo.
Arde o que está perto, porque fala.

Folha na frente do que sonha.
Folha na fonte que engravida
de uma imagem respirada.

Roçar de lábios e de ocelos:
beijam-se esta folha e o rocio.

Cada flor amazona da sua ara.
As flores abrem os olhos.
As folhas comem vozes.

Folha página, folha vagina, folha
mental. Folha única, a mesma,
elemental. Folha do dia, folha
do trevo de quatro pontes
cardinais. Folha mordida pela
hora.

Folha banhada de luz.
Folha queimada em vida.
Folha, janela.

Em certo tempo amei a uma folha
que depois cairia nesse charco:
caçada de outro centro.

Deusas adolescentes.
Dores de parto de deusa.
Aparições de cada dia.

Enfolhada infância, matriz,
imperatriz do húmus,
reino das despedidas,
abolir do resplendor.

E o rio de nervuras
"por uma só hora mais".

Cada folha busca sua forma:
crescer e ser buscada.
Cada esperada é perfeita
ao olhar que espera.

Quanto fazia falta - as folhas
que chegam de longe para
permanecer - para permanecer.

De noite sem lua uma folha
com seu vaga-lume quieto,
lisergia de estar em giro.

Escuta
a porta sem muro.

Consigo uns braços de Shiva,
os mastros feitos sereias.
No segundo sigo porque a folha
fere.

Preferem as folhas ficar olhando.
Perguntam, esposas da árvore profunda.
Que árvore, que folhas? que
espessam, que tocam?

Estou desprendido de um nó
tão parecido com esse mocho do que ainda
fugindo persigo por entre as folhas.

Abre-se a primavera pela vez primeira.
Viver à margem do verdor que verá
a quem apenas o veja.

Racimo, jorro de luz,
o ar encarna.

Folha roxa do liquidambar, folha
côncava da monstera, folha insone
e sem espelho, folha caída na laje.

Agora, deusa da fome, passa
intermitente e separa
o espaço para sempre voltar.

Estela que um olhar abandona,
faceta nas oceânicas folhas,
caminho para casa, em outro lugar.

Rumor do pasto e as ramas.


(Poemas do livro La Indefensión)


*

Tradução: Claudio Daniel

*


Reynaldo Jiménez nasceu em Lima (Peru) em 1959. Desde 1963 reside em Buenos Aires, Argentina, onde edita a revista literária Tsé Tse. Publicou os livros de poesia Tatuajes (1981), Eléctrico y Despojo (1984), Las Miniaturas (1987), Ruido Incidental/El Té (1990), 600 Puertas (1992), La Curva del Eco (1998) e Musgo (2001). Participou da antologia Medusário (1996), organizada por José Kozer, Roberto Echavarren e Jacobo Sefamí.

*

Leia também uma entrevista com Reynaldo Jiménez.

*

 

retornar <<<

[ ZUNÁI- 2003 - 2005 ]