ZUNÁI - Revista de poesia & debates

 

 

DAVID HUERTA

 

 

 

LOCURA, UN CUERPO: ESTE PAPEL

 

AHORA salta la fantasía como un grano de hierro, espumas veloces,

tantas lunas en la garganta bajo la línea del frío,

una mujer azul en el agua de las manos y una longitud frágil en la

procesión del verano sobre el ojo.

 

Uñas metidas en la luz, ropa de ciego. La locura pasea, navega.

Las piernas están afiladas como navajas: filtros del tajo,

talones desnudos sobre el polvo de las maneras sociales.

 

Filtros de la cuchillada, saliva luminosa en el pecho deseado.

Bajan los dedos por la laguna de un pecho, en el aire se ocultan

palabras negras,

deshilachadas profecías, muescas, documentos, esquinas repletas,

rincones borrados por el ansia.

 

El verano pasea, pasa entre las piernas.

Toca el cuerpo: es una alba entre los cabellos.

Almendras de sal para el que huye de su madre: el Deseoso.

Vapores, tósigos del siglo para el que grita, voraz, para el que vocifera

en las calles vacías.

El dulce loco geme, tartamudea, suplica: su saliva nos brilla en

las comisuras.

 

El mundo hemos besado con labios mecánicos, en el ardimiento,

alejados de ti,

cortados de toda ciencia y de todo saber para llegar a ti,

más desnudos que liebres, más extraños que la fantasía que se duele

en tus rostros de bocas abiertas,

en tus piyamas de hospital, en tu madre y sus gestos a la defensiva,

pero gestos de tigre

que babea el leche de la piedad, la conmiseración, el duelo, etcétera.

 

Sientes el aire o la brisa, sus fantasmas brillantes.

Quien te habla oye también, desesperado, solo y más solo que tú,

encerrado, quien habla y te oye

está más encerrado que tú, tiene propias mirillas, oscuros duelos

como tú, como tú.

 

Abres la boca y recibes el verano. Salvación falsa, otra mentira a la

cuenta de las maneras sociales, de la belleza, de la contemplación,

etcétera.

Abres las manos: nada. Ni un pecho ni unas piernas afiladas contra

los pedernales.

 

Quien te habla, carajo, tiene verano propio, saliva oscura y unos

labios inconsolables.

Las túnicas del miedo, de la culpa, de la batalla sorda para ti.

Ningún pecho primaveral entre la seca muerte del verano, entre los

barriales despedazados,

entre las letras leídas con una enorme dificuldad, entre las páginas

hundidas en una luz más extraña que tus labios.

 

Te ha crecido la barba y dices que todavía estás confundido.

Habla con quien te oye, saca el deseo de tu maquinaria sentimental

como bulto de arena para el embarco próximo,

habla de poesía, ignora todo y abre los ojos otra vez, carajo.

 

El verano te engaña, yo te engaño al escribir esto.

Piensa con las piernas juntas y con las piernas separadas, oye el agua

de lluvia y saca las manos por la ventana,

por los ojos, por el pecho sangrando de tu tercer o cuarto intento de

suicidarte viviendo muerto, vivo, ficticio, etcétera.

 

Yo no sé nada. Yo te veo entre 95 paredes y una mirilla frágil

como un planeta a la deriva. En esa mirilla pondrás las manos

cuando yo te vaya a visitar, Deseoso.

 

El verano es otra ficción, estas palabras también.

Dónde te veo, te oigo, toco tus manos frágiles en medio a una

tormenta de antipsicóticos,

tu espalda en el abrazo como una playa sumergida en espesos desechos.

 

Cielo de verano, locura, pureza. Estas palabas para ti.

Las maneras sociales arden complacidas. Ninguna rebelión, sólo

almendras de sal como ratas para tu boca sorda.

Dónde te quemas, te dueles, te callas. Dás con la cabeza contra una de

las 95 paredes que te cercan.

Esta sal implacable entrando por tu boca es mi comodidad,

el hervor médico, los embotellamientos de tránsito, las elecciones de

un domingo plácido,

la ropa negra del sepulturero, los grilletes del verano civil.

 

El deseo húmedo es una cueva salpicada de maravillas, en el reino de

otra realidad.

Pájaros vienen por las puntas de esta luz metálica, el verano se cierra

como una caja

y te deja con un cuerpo extravagante de mimo, de oscurantista.

 

Cada brizna de tus palabras entra en esa caja,

el cielo médico te unge y te amordaza, tiende sus alveolos de cura en

tus miembros lastimados, lastrados.

Pero el deseo y sus collares de mismidad. Carajo. Una cascada se

cierra sobre ti,

sobre los reinos de tu cabeza, sobre tus manos adelgazadas.

 

Luz curva de verano, líneas fracturadas. Lenguaje fracturado.

 

 

 

LOUCURA, UM CORPO: ESTE PAPEL

 

AGORA salta a fantasia como lasca de ferro, espumas velozes,

tantas luas na garganta sob a linha do frio,

uma mulher azul na água das mãos e uma longitude frágil na

procissão do verão sobre o olho.

 

Unhas cravadas na luz, roupa de cego. A loucura passeia, navega.

As pernas estão afiadas como navalhas: filtros do talho,

calcanhares desnudos sobre o pó das maneiras sociais.

 

Filtros da punhalada, saliva luminosa no peito desejado.

Baixam os dedos pela laguna de um peito, no ar se ocultam

palavras negras,

desfiadas profecias, entalhes, documentos, esquinas repletas,

rincões borrados pela ânsia.

 

O verão passeia, passa entre as pernas.

Toca o corpo: é uma aurora entre os cabelos.

Amêndoas salgadas para o que foge de sua mãe: o Desejoso.

Vapores, tóxicos do século para o que grita, voraz, para o que vocifera

nas ruas vazias.

O doce louco geme, gagueja, suplica: sua saliva brilha para nós

nos cantos da boca.

 

Temos beijado o mundo com lábios mecânicos, no ardor,

afastados de ti,

apartados de toda ciência e de todo saber para chegar a ti,

mais nus que livres, mais estranhos que a fantasia que dói

em teus rostos de bocas abertas,

em teu pijama de hospital, em tua mãe e seus gestos à defensiva,

mas gestos de tigre

que babeja o leite da piedade, a comiseração, a dor, etcétera.

 

Sentes o ar ou a brisa, seus fantasmas brilhantes.

Quem te fala ouve também, desesperado, só e mais só que tu,

encerrado, quem fala e te ouve

está mais encerrado que tu, tem suas próprias frestas, escuras dores

como tu, como tu.

 

Abres a boca e recebes o verão. Falsa salvação, outra mentira à

conta das maneiras sociais, da beleza, da contemplação,

etcétera.

Abres as mãos: nada. Nem um peito nem umas pernas afiladas contra

os pedernais.

 

Quem te fala, caralho, tem verão próprio, saliva escura e uns

lábios inconsoláveis.

As túnicas do medo, da culpa, da batalha surda para ti.

Nenhum peito primaveril entre a seca morte do verão, entre os

barreiros despedaçados,

entre as letras lidas com uma enorme dificuldade, entre as páginas

submersas numa luz mais estranha que teus lábios.

 

Cresceu a tua barba e dizes que todavia estás confundido.

Fala com quem te ouve, saca o desejo de tua maquinaria sentimental

como vulto de areia para o próximo embarque,

fala de poesia, ignora tudo e abre os olhos outra vez, caralho.

 

O verão te engana, eu te engano ao escrever isto.

Pensa com as pernas juntas e com as pernas separadas, ouve a água

da chuva e passa as mãos pela janela,

pelos olhos, pelo peito sangrando de tua terceira ou quarta tentativa de

suicidar-se vivendo morto, vivo, fictício, etcétera.

 

Eu não sei nada. Eu te vejo entre 95 paredes e uma frágil fresta

como um planeta à deriva. Nessa fresta porás as mãos

quando eu te vou visitar, Desejoso.

 

O verão é outra ficção, estas palavras também.

De onde te vejo, te ouço, toco tuas mãos frágeis em meio a uma

tormenta de antipsicóticos,

tua espádua no abraço como uma praia submersa em espessos detritos.

 

Céu de verão, loucura, pureza. Estas palavas para ti.

As maneiras sociais ardem comprazidas. Nenhuma rebelião, só

amêndoas salgadas como ratos para tua boca surda.

Onde te queimas, te dói, te cala. Dás com a cabeça contra uma das

95 paredes que te cercam.

Este sal implacável entrando por tua boca é minha comodidade,

o fervor médico, os engarrafamentos de trânsito, as eleições de

um domingo plácido,

a roupa negra do coveiro, as grilhetas do verão civil.

 

O desejo úmido é uma cova salpicada de maravilhas, no reino de

outra realidade.

Pássaros vêm pelas pontas desta luz metálica, o verão se fecha

como uma caixa

e te deixa com um corpo extravagante de mimo, de obscurantista.

 

Cada filete de tuas palavras entra nessa caixa,

o céu médico te unge e te amordaça, estende seus alvéolos de cura em

teus membros lastimados, lastrados.

Porém o desejo e seus colares de mesmidade. Caralho. Uma cascata se

fecha sobre ti,

sobre os reinos de tua cabeça, sobre tuas mãos adelgaçadas.

 

Luz curva de verão, linhas fraturadas. Linguagem fraturada.

 


*

Tradução: Claudio Daniel

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David Huerta, poeta mexicano, nasceu em 1949, na Cidade do México. Publicou, entre outros, os seguintes livros de poesia: El Jardín de la Luz (1972), Cuaderno de Noviembre (1976), Huellas del Civilizado (1977), Versión (1978), Historia (1990) e Los Objetos Están más Cerca de lo que Aparentan (1990, em colaboração com o pintor Miguel Castro Leñero). Também publicou um volume de ensaios, Las Intimidades Colectivas, e compilou antologias da poesia de Lezama Lima e de relatos românticos.

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