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JOSÉ CARLOS YRIGOYEN

 

 

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También el mar tiene sus leyendas

            contadas en lengua griega o siria

porque todo cuerpo en el que se viaja

debe ser honrado

con lo que Santiago llama en sus cartas

"rigor narrativo".

 

Digno de leyendas es, también,

el árbol envidiado por padre y madre.

Recuerdo cuando salía de la escuela

normanda hacia los jardines enrejados

por donde haces de cadenas

se arrastraban en el suelo

                        como serpientes

o los hijos de turcos en los telefilmes

y lo encontraba en medio

de los intelectuales de la época

que le preguntaban sobre tal o cual cuestión

hasta que llegaba mi padre haciendo

su ronda y los ahuyentaba.

                                    Mi padre llevaba un elegante

uniforme negro, contaba en sueños

                        vagones de ganado

 

                                    él era dueño de todo esto

y veía mal esas ceremonias: decía

que fomentaba "la locura del estado"

            y la representaba para mí

en el muro de cal

dibujando el ojo de una langosta.

 

Pero cuando leo tus cartas, Santiago,

y recuerdo estas cosas

del tiempo en que mi padre era un oficial

de cabeza demasiado grande

para enamorar

                  a las chicas del granero

y mi madre no le hacía caso porque apenas

tenía tiempo para hacer películas

                             malas películas, dice la ley

sucias películas, dice la policía

ahora que leo tus cartas en mi apartamento vacío

sé que leyendas-ideales-supersticiones será todo

lo que finalmente quedará sobre la tierra

y por ello hay que saber repartirlas bien

entre las cosas y los hombres.

                        No puedes hacer una leyenda, por ejemplo,

del pueblo destruido durante la guerra

así los hombres hayan sido fusilados

contra los muros de la iglesia,

                        las mujeres enterradas

bajo un campo de cebollas, los niños llevados

más allá de los montes. No puedes hacer una

leyenda

            porque si no,

                        ¿qué será del viajante que de noche

                        llegue ahí buscando reposo y por las

                        habladurías

                        no encuentre nada más que cardos

                        e insomnio?

No puedes hacer una leyenda de cualquier cosa

                        ahora que el Tiempo se mueve lento

como una vaca tatuada.

 

Por eso los hombres hacen guerras

                                      me escribes,

para escoger a quién otorgar la eternidad

            por medio de una buena historia.

Los libros insisten en citar a los hebreos

                        como un caso raro

¿y es que acaso se puede ganar

la eternidad por aclamación?

                                    Se puede ganar

también por el contacto carnal

con otro semejante,

aunque esto no es lo que prevalece

            en estas épocas de guerra

de las que estábamos hablando.

 

                        La sugerencia es sombra de eternidad.

            Quien se acuesta en su cama, y al mismo tiempo

                        acuesta sus manos y sus ojos

no podrá ver la luz y estará forzado a buscar en la oscuridad rostros o

tatuajes o retamas y moldearlos dentro de uno mismo para hallar su

propia definición de eternidad.

                        ¿Quién no tiene su propia definición de eternidad?

Todos, al menos la hemos buscado. Renzo por ejemplo una noche se perdió dentro de sí mismo para buscarla y lo esperé tres años trabajando entre las hileras de un teatro recogiendo papeles y botellas y cuando vuelve me dice que perderse dentro de uno mismo es como estar a oscuras en una sala de cine de arte y ensayo ¿cómo no reírse? ¿cómo no reírse cuando viene l.g. y te dice que las mujeres nacen de los tranvías abandonados en las afueras de la ciudad? prefiero acostarme y morir y evitarme la espera: en épocas de guerra perpetuarse era mucho más sencillo.

 

Éstas eran mis meditaciones

cuando la ronda de la destrucción

se cernía sobre mi cabeza

sobre el Este

de Europa.

 

  *

 

José Carlos Yrigoyen (Lima, 1976) é autor de El libro de las Señales (1999).

*

 

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