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ÁNGEL OLIVA

 

 

 

 

AÚN SIN NOMBRE

 

                                       Te amo,

    pero sobre el filo de un cuchillo.

                               Louis Aragon

 

 

De espaldas contra las molduras,

los cuerpos sobre los parapetos de la rambla

—moléculas de este amor talismánico—

mi halo lunar y su áurea epifanía,

iluminan el ripio malherido de los terraplenes.

 

Damos

a la espuma secretada por las sienes

del tímido tritón de esta laguna

                                     y a su auroral pavesa

palabras de mayúscula fortuna,

                                    pronombres personales

de saliva y de cerveza. Y a la espesa

penumbra que se arruma

                                     en los canales

una preposición de la belleza.

 

Ah ¡Ojos que ven porque nombran lo oscuro!

 

Pero hay una ciudad aún sin nombre,

huella silente de aquella otra visión desconstelada:

los normandos hastiales de los caserones

que trazan la zona de la calle Castellanos

y hacia el norte se hunden en la noche anciana,

se hunden de muerte natural en Guadalupe.

 

¿Cuál será entonces el trasegado nombre

que conjure la agonística de la sombra

y de la luz?

 

Llamaremos pues, desde el pedestal enamorado,

costanera este, a esta cierta demiúrgica del horizonte

que sobre los tajamares del Colgante

irrumpe?

 

Suponerla,

no viola el color de sus tibios medanales.

Contemplarla

no es ya una turbación temporal

de los paralajes errabundos.

 

Sólo queda un nombre

en la paráfora de amor

para que mi halo lunar,

para que su laurea epifanía

digan la palabra Santa Fe

a la hora en que Dido en el delirio

detiene por un diáfano segundo

la dárdana partida.

 

 

 

 

 

DISIDENCIA

 

a mi hermano Antonio

 

Ciertamente, en la CONSTELACIÓN

de lo que aún no ha acontecido

estará incólume tu don, Mallarmé:

blanquísimo plumón equidistante

a la vez del titánico piélago tangible

como de ese Abismo desvarado

en la futilidad de la palabra.

 

Pero si se encontrase, otra vez,

este índice cerca de rozar

la rasa solidez de las paredes del bar,

esbozara, como en las runas, de nuevo

la mano en el portento de mármol

sobre la vetusta humedad de los muros

aquel contorno mántico,

la letra manada del malamor espumante:

NOCHE MIMÉTICA;

y las yemas de los dedos del hermano ensimismadas

a la lámina, seguidamente,

ligasen la letra, la misma

la del malamor espumante:

NOCHE DEL SETENTA Y OCHO.

 

Y si rememorásemos

—los sabios se complacen con los que llegan,

en la voz de Crisipo—

y fuésemos al paso tácito

del padre, en su fuero:

ligero como si emparejásemos

jadeando, las caras de Jano

sobre baldosas que se alzaran

votivas y cruzáramos el maderamen

de la puerta como quien intima

a la muerte y toda la muerte

escrutase.

 

Sólo si se cruzasen allí

en la predilecta cruz

que interdicta al destino

dos ciénagas: San Juan y Maipú

como cifrando toda la ciudad leningrada

y en la espera entrebebiéramos

el ancho Trapiche y después

de tres, de cuatro, de ocho

descorches

se hinchara

EL FUROR DE LA NOCHE

acechando.

 

Viniesen, de nuevo,

a sentarse a la mesa los caros centauros,

los cátaros, los mosqueteros del rey,

los penantes pantagruélicos,

los ex ferroviarios, los serafines,

los invisibles músicos, los vermes de los lupanares,

los que se están siempre yendo,

todos se sentaran allí

dispuestos, de nuevo,

a ornar la conflagración

de la palabra;

y despuntase así al deseo

la siniestra visión:

NOCHE DE LA DICTADURA.

 

Entonces no habría opción,

Mallarmé,

más que aferrarse a la tendencia

tenaz, de lo que está aconteciendo

con la escasa niñez

en el vórtice de la ensoñación, Mallarmé,

hermanados

y pasar LA NOCHE.

 

 

 

 

EXORDIO

 

Un óbolo de polvo en el poltrón.

Gatos en el pospatio parnasiano;

la calle Sarandí, mozaicos de pensión,

una insólita sartén donde se cuecen

sólo los comienzos de los pensamientos

y sirve, por lo demás, para zurrar

a Schopenhauer cuando insulta con su simpatía.

Lejos de allí, un unísono:

Alguién pensó y dijo pensar

una alusión a la palabra PARÁLISIS

para consustanciarse con la guisa

de lo intensamente nunca sucedido.

No alcanza —piensa Macedonio

mientras se ensiniestra en la Pasión—,

no alcanza al espesor de la ociosidad:

único escotillón de la existencia,

unica intersuscitación con el cosmos.

Ya que la atomística del Amor

no se dispensa con la Muerte.

Conozco esta muerte:

se alimenta de las nupcias en los almacenes,

la mercenaria muerte en mercadeo

viene aquí porque aún alumbra

el labio mercurial de la malmuerta amada,

viene por las ordalías del duelo,

viene porque huele la plétora de lo inconcluso.

Pero sabe que no se puede comenzar por el final.

¡Démos, pues camaradas, muerte a la muerte literaria!

ESO Macedonio piensa

y recomienza: “Anoche yo…”

Baste deyectar este espantajo de los intestinos,

la pantomima estrófica,

para que valga por los gajes del entendimiento

porque si que hay OTRA MUERTE —lo sé—

la muerte de capellanías y capitularios,

la candelaria de San Cayetano,

la muerte que se arruma en los obrajes.

Sé además que anduvo aquí

por la calle Sarandí.

Quizo saber del efectivo Signo

del Taller del Ocio,

pero había aquí por toda obra

felinos defecando

y un óbolo de polvo en el poltrón.
 

 

*


Ángel Oliva nasceu em Rosário, Santa Fé, em 1970. Professor de história nas faculdades de Humanidades e Artes e Psicologia, da Universidade Nacional de Rosário. Dirigiu ciclos de leituras de poesia. Publicou o livro Salud (2005). Inédito: En la zona de Selene.

*

 

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